domingo, 28 de agosto de 2011

Conspiración, Vida Humana.


La deuda moral

El ser humano vive inmerso en una fantasía tragicómica, inventando mecanismos de compensación que le ayudan a sobrevivir el día a día.  En fundamento, la vida no tendría que ser tan difícil, sin embargo, o es así, no la hacemos así.  Vivimos llenos de máscaras, simulaciones y falsedad, eventualmente dañinas para con el resto, aunque ello comprometa nuestro entorno y nos afecte indirectamente a mediano o largo plazo (como ocurre actualmente con la contaminación planetaria).  Las personas se han acostumbrado a demostrar lo que no son, soportando el calvario interno que ello conlleva.  Inicialmente lo hicimos para congeniar socialmente, luego nos volvimos esclavos de esta rutina.  Para mantener este espectáculo de dolor, es imprescindible “tener cosas”.  Cosas que le digan a todos (a la mayor cantidad de personas posible) nuestro nivel de vida, poder adquisitivo, y lo que más importa actualmente: Nuestro grado de endeudamiento (es decir, el calibre de deudas que arreamos sobre el lomo).  Y así lo hacemos, buscando comodidad y placer, hedonistas, y “para que el mundo nos quiera más”, o acepte, no por lo que somos, sino por lo que demostramos ser.  Al final de cuentas, todo se basa en una simple búsqueda de afecto, no pocas veces contraproducente.

Es tanto y tal el calvario que vive el humano para dentro de sí mismo, y tanta la falsedad que proyecta hacia los demás, que inconscientemente (quizás a modo de compensación) vive buscando incesantemente la honestidad, la verdad, y a un nivel muy íntimo, se harta de sí mismo.  De una u otra forma las personas buscan integridad, honestidad, verdad, pero la buscan utilizando ficción, apariencia, falsedad.  Como los novios, durante el cortejo proyecta todo lo que no son, y en el matrimonio surge la desilusión (por eso hay tanto matrimonio destruido actualmente).En consecuencia, esto de buscar y exigir la verdad en otros, a través de ilusión, mentira, falsedad o fantasía, sólo atrae más ilusión, mentira, falsedad o fantasía hacia nosotros.   En pocas palabras, si tú engañas a alguien para que esté al lado tuyo (volviendo al caso de los novios), lo más seguro es que él ya te haya engañado para que estés al lado suyo.  Sustentamos nuestras relaciones de pareja en falsedad, ocultando lo que realmente somos (y después no entendemos, no sólo el hecho de que la persona con la que nos casamos es totalmente diferente a lo que pensamos que era, sino también los engaños, la infidelidad etc.).  En resumidas cuentas, el hombre vive buscando la verdad, cabalgando sobre el lomo de la mentira, y de hecho sólo obtiene más mentiras.  Es un sistema que a distancia podrá lucir bonito, etiquetado, decente, modelo, pero que de cerca es falso y terriblemente desilusionarte.  De hecho, ya las cosas no importan por qué tan reales son, sino por qué tan bien hemos elaborado la mentira. A este punto he de mencionar que la mentira tiene otro uso muy común, distinto al de la aceptación, y quizás es el uso más natural que se le ha dado.  Me refiero al asunto de defensa-ofensa, es decir, mentimos para no mostrar lo que en realidad somos y poder sorprender a nuestro adversario repentinamente.  El engaño utilizado de esta forma, es mucho más ofensivo que defensivo, y se recurre a él con tremenda facilidad, para garantizar el triunfo en determinado aspecto de la vida.



La deuda material

Para mantener toda esta farsa, de aparentar más de lo que somos o tener más de lo que tenemos, existe la deuda moral (el espíritu de la deuda, ya explicado en los párrafos anteriores, que compromete la integridad y destruye al humano), y la deuda material (el cuerpo de la deuda, que paso a explicar).  La deuda es lo que nos permite tener más de lo que realmente podemos adquirir, y ser lo que en realidad no somos.  Es aquí donde entran los grandes empresarios, tremendos conspiradores contra la especie humana.  Manipulando a las masas (quizás de igual forma a como antes lo hicieron las religiones) a través de los medios de comunicación, la Internet y las redes sociales.  La tecnología arma las cadenas que nos atan a este nuevo esquema de explotación.  La deuda nos permite aparentar todo lo que queramos, pero, a mediano plazo aumenta nuestra miseria interior (la deuda moral).  La deuda constituye lo que nos somete a un tercero, que eventualmente sólo conocemos a través de una marca comercial, ni siquiera le vemos la cara a quien estamos enriqueciendo, tan sólo íconos publicitarios.  Cuando este sistema comenzó, antes de que una persona pudiera endeudarse, las autoridades financieras y crediticias velaban porque esa persona efectivamente pudiera endeudarse (así garantizaban la devolución del préstamo y la ganancia).  Si la persona no tenía nivel de endeudamiento, pues, no calificaba para uno u otro préstamo.  E inclusive, los préstamos eran adquiridos a un retorno “justo”, que dicho sea de paso, jamás fue justo (aunque no tan desproporcionado, a como es ahora).  Uno se endeudaba por bienes  o servicios mayores, es decir: Casa, terreno, educación, salud.    Ahora uno se endeuda por artefactos innecesarios, pagando prolongados contratos onerosos, que apenas cubren la vida de obsolescencia del aparato.  Es decir, cuando terminas de pagarlo, ya está obsoleto y tienes que volverte a endeudar para adquirir otro (si es que no se daña antes, recién vencida la garantía, si es que tiene garantía).  Nos endeudamos por un teléfono inteligente, un televisor, un equipo de sonido, televisión por cable, Internet etc.  Y ojalá fuera por un televisor, pero a veces nos endeudamos por un televisor en cada cuarto (de último modelo, porque al resto los descontinúan), un teléfono inteligente para cada hijo, televisión por cable en cada cuarto, una computadora portátil (ni siquiera ya de escritorio) con Internet para cada hijo y así.  Deudas que a simple vista podrán parecer “pequeñas”, porque de hecho nos las venden bajo esa mentira, pero que en masa se constituyen en un terrible motivo más de ansiedad, depresión y frustración (lo que genera la nueva esclavitud).  Estos grandes conspiradores contra la vida humana, nos han ido metiendo en la cabeza un nivel de vida, un estatus social al cual no correspondemos, ni tenemos necesidad de corresponder.  Nos han metido en la mente, que vivamos la vida de otro, o mejor dicho, la vida que sale en televisión, en Internet o por las redes sociales, con frases o eslogan publicitarios cómo: “Tú tienes que tenerlo”, “No te lo puedes perder”, “Tiene que ser tuyo”, “Tú te lo mereces”, “Llame ya”, “Compre uno y lleve dos”, “Tú también tienes derecho”, “Ahora te toca a ti”.  De lo contrario no calificamos para vivir dentro de esta sociedad de mentiras, apariencia y sufrimiento.  Es decir, somos obsoletos, entramos en desuso, no valemos (como quien descarta un aparato), porque no le servimos a estos grandes negociantes, a estos conspiradores, porque caemos fuera de su juego, aceptamos vivir nuestra vida y no la que ellos quieren que vivamos.

Hoy en día las empresas no verifican la capacidad de endeudamiento de las personas, porque en realidad, ya no les interesa el pago, sino la deuda en sí.  Hemos llegado a un punto tal, que la verdad de este sistema macabro está aflorando; la verdad es, destruir a la persona, al humano.  Es decir, a estos grandes conspiradores ya no les interesa ganar más (son multimillonarios) sino que tú tengas menos. Y lo digo por experiencia propia, yo llevo siete años con una tarjeta de crédito casi al tope, que ha pasado por cuatro bancos diferentes, siempre aumentando de saldo, con la promoción de “cero intereses”.  Pero he sabido de personas que sólo pagan intereses, y que ni siquiera recuerdan cuándo o por qué toparon las tarjetas, pero siguen pagando los intereses y mantienen la deuda viva, o mayor, cuando apenas logran bajarla,  vuelven a utilizarla y entran en sobregiro nuevamente.  Como si fuera una especie de cáncer, un pacto con el demonio o algo por el estilo.  Un pedazo de deuda que llevamos en la billetera, o en la cartera, como un peso que nos recuerda que, no importa que tanto corramos, la cadena la llevamos con nosotros mismos a donde viajemos, o con quien viajemos, es nuestro bozal (porque a veces ni siquiera nos permite hablar). 

El origen

Considerando que todo esto lo hace el humano, en una búsqueda desesperada por ser aceptado, léase, una simple búsqueda de cariño, es demasiado maligno.  Buscar amor o aceptación social (dentro de una sociedad falsa e injusta) empeñando nuestra tranquilidad mental, emocional y eventualmente empeñando hasta la libertad (en los lugares donde hay cárcel por deuda) es algo que no solamente es estúpido, sino demasiado cruel.  Pero, de dónde viene este asunto de “ser aceptado”, toda esta ficción que nos crean para realmente asfixiarnos, pues, de la infancia.  Del cariño y el amor que nos negaron en casa, cuando chicos.  La casa es el lugar donde deben darnos amor, seguridad y confianza en nosotros mismos, durante la formación.  Seres incompletos, inseguros y de baja autoestima, provienen de hogares sin amor.  Pero cómo va a haber amor en un hogar en el que los niños han sido criados como parte de “la mentira social que nos ha tocado vivir”, como un rol, como algo que tiene que ser.  Y ni siquiera le tenemos paciencia, ni los atendemos, o ni siquiera llegamos a casa para no verlos, ni atenderlos (con la excusa del bendito trabajo, otro rol de la falsa vida moderna, los padres sacrificados, proveedores, que en el fondo se sacrifican por la empresa para la que trabajan, utilizando a los hijos de excusa o pantalla).  Llegamos cansados del trabajo (de producirles a otros) y nuestros niños se convierten en un factor irritante (si es que alcanzamos a verlos, o a estar con ellos).  Pregunto, ¿Podrá darse amor, bajo este concepto?.  Por otro lado, la vida se ha vuelto tan difícil en estos esquemas, que, sumada a la base de “honestidad” que genera el noviazgo (explicado en la primera parte de este artículo), pues, los matrimonios se quiebran, ya fuera por los problemas económicos, como por la deshonestidad en los mismos, aumentando así la enorme cantidad de divorcios.  ¿Puede darse amor en un hogar fraccionado, o roto?.  Luego del divorcio surgen los famosos hogares reconstruidos, que, pese a sufrir de todos los males que rompieron sus matrimonios originales, van cargando el reducto de los mismos (los niños sufridos y golpeados por el desamor que partió sus hogares originales).  También está la crianza condicionada a un tercero.  Es decir, nosotros como padres, hacemos que nuestros hijos obedezcan en función a otros, no en función a lo que nosotros les decimos, o en función a lo que debe ser.  Por ejemplo, si un niño grita en un lugar público, le decimos: “¿Acaso alguien más está gritando aquí?”.  Al hacer esto, no le estamos explicando al chiquillo por qué no debe gritar, ni por qué no debe gritar en lugares públicos.  Sino que le estamos diciendo, que no lo haga porque los demás no lo están haciendo.  Cuando le decimos a nuestros hijos: “Te portas bien, o te llamo al policía”, estamos condicionando la disciplina y la autoridad que debemos ejercer nosotros, a un tercero ajeno al hogar.  Lo hacemos con las notas del colegio, al compararlo con los demás constantemente, o peor cuando fracasa.  Y así, con innumerables ejemplos, condicionamos a nuestros hijos a obedecer la actitud de personas ajenas al entorno.  Con esto no digo que el chiquillo crezca desconsiderado, y sólo haciéndole caso a papá o mamá.  Con esto sólo expongo cómo, desde chicos, condicionamos a la criatura a “seguir a un extraño”.  Bajo estas condiciones, que no nos extrañe que en la adolescencia el chiquillo obedezca a sus amigos, al modelo que ve en la televisión, o a cualquier otro, menos a sí mismo o a sus padres.  Así las cosas, con chiquillos maltratados emocionalmente, faltos de amor y condicionados a lo que haga el resto, cómo podremos esperar adultos independientes, con buena estima, seguridad y personalidad.  Por eso, para los conspiradores de masa, los grandes empresarios y magnates del mundo, les conviene destruir, corromper y mermar a las familias.  Destruyendo el núcleo familiar, creamos humanos en masa mucho más manipulables, y más fáciles de someter, o esclavizar.

La cura
Para evitar ser víctimas de este macabro sistema, tenemos que hacernos una simple pregunta, cada vez estamos por adquirir un bien servicio o material.  La sencilla pregunta es: ¿Realmente necesito esto?.  Teniendo en claro que “realmente” es “realmente”, es decir, una necesidad franca, una necesidad real.  No estar a la moda, no hacerlo porque los demás lo hacen, no hacerlo porque sí.  Una necesidad constituye determinada acción, cuya omisión nos impacta adversamente a nivel físico, mental, emocional o espiritual.  El gran problema es que estos conspiradores, hacen ver los “lujos” como si fueran auténticamente necesidades.  Para lo cual, es necesario conocer la vida nuestra y la de nuestra familia en su naturaleza total.  Es decir, ¿Cuántos televisores necesito en cada cuarto, cuántos celulares, cuántos aires acondicionados, cuánta ropa, qué tipo de ropa, cuántos carros?.  O bien, ¿Cuál es el costo beneficio de tener un solo auto en la casa, un televisor, un aire acondicionado, un teléfono celular?.  Puedo tener dos autos sencillos, o uno sólo lujoso, pero ¿Podré tener dos lujosos?..  El asunto aquí es entrar en conciencia de uno mismo y de su hogar, luego ejercer el libre albedrío.  Yo no puedo establecer, como autor de este artículo, una fórmula estándar para cada familia o para cada hombre, porque de hacerlo estaría haciendo lo mismo que el resto de los grandes conspiradores: “Meter a toda la humanidad en una sola receta, y si es para mi beneficio económico, o para su deterioro emocional o existencial, pues, mucho mejor”.  Conviene mucho, a la hora de comprar algo centrarnos en nosotros mismos y nuestra economía, apartándonos un poco del televisor, la Internet, las redes sociales, la publicidad etc.  Primero enfocar nuestra realidad, luego contemplar las ofertas del mercado en función de nuestra realidad.  No al revés, es decir, jamás amoldar nuestra realidad en función de las ofertas de mercado.  Esto evita la deuda material.

Es muy recomendable que aprendamos a aceptarnos y a querernos a nosotros mismos, tal y como somos.  Esto va a requerir un poco de valor, para alejar a todas aquellas personas que “so pretexto de poder querernos, o poder querernos más” intentan cambiar nuestra naturaleza.  Lo cual implica, aceptarnos y querernos a nosotros mismos sin necesidad de encajar en ningún modelo o patrón social, que atente contra nuestra integridad personal (no así contra nuestra comodidad).  Es preciso diferenciar entre nuestra comodidad, y nuestra integridad. Estar cómodo, o vivir cómodo, ha hecho que unos pocos tomen el control de tantos muchos, y el manejo de masas sea más óptimo.  La cultura hedonista en que vivimos sumidos, cede el control de nuestras vidas, la toma de decisiones personales y el libre albedrío a algunos cuantos (los grandes comerciantes, conspiradores), eso es una actitud demasiado cómoda, de la que algunos sacan provecho para enriquecerse.  Sin embargo, cuando hablo de integridad, me refiero a nuestro valor como personas, como profesionales, vecinos, como padres, hermanos,  en fin: Como humanos.  Esto va a requerir una dosis mayor de madurez de nuestra parte, para aceptar el derecho que tienen los demás de llamarnos o creernos: “Obsoletos”, “Anticuados”, “Mediocres”, “Fuera de moda” o “Perdedores”.  Es decir, aprender a escuchar lo malo que los demás podrán decir con relación a nosotros, desde un juicio más crítico y menos emotivo.  Es decir, aceptar las cosas que consideremos reales, y desechar el resto que consideremos sean infundadas.  Aprender a escuchar a los demás, sin rechazar de plano lo que dicen, evaluando lo que dicen, sin interiorizarlo, absorberlo, o asimilarlo como parte de nuestra esencia, generándoles odio, o resentimiento a muerte. En pocas palabras, aceptar que otro pueda considerarnos “mediocres” o “perdedores” sin que por eso vayamos a creerle, o, sin que por eso vayamos a desarrollarle un odio a muerte.

Finalmente, hemos de aprender a aceptar a los demás tal y como son.  Esto es, sin tener que moldearlos a nuestros propios estándares de vida, o los estándares de vida que imponga en determinado momento la moda.  Aceptar que las personas no tienen que hacer lo que nosotros queremos que hagan  (siempre y cuando no haya un peligro vital manifiesto, a nivel individual o social).  Y que las personas no precisan estar dentro de la moda, o corriendo con los estándares publicitarios, para poder ser aceptados, o queridos o reconocidos como seres humanos, con igual derecho al nuestro.  Tratar de vivir junto a los demás, en sociedad, para beneficio común, y no propio.  Eliminar los intereses creados, y empezar a aceptarnos, aceptar y a vivir en función de los intereses humanos (los que van a favor del hombre y de su especie).

Con estos dos últimos señalamientos, eliminamos la deuda moral, y, finalmente, podremos vivir en libertad, fuera del régimen de manipulación masiva, el reinado de dolor que nos han impuesto, aceptando que la verdad a veces no es bonita pero que no por ello deja de ser verdad.  Aceptando nuestra verdad como personas y como sociedad, ejerciendo y siendo responsable de nuestro libre albedrío, quedaríamos libre de la acción de los grandes conspiradores que han atentado contra la especie humana desde que el hombre decidió hacerse esclavo de sí mismo.

¿Quién guía a las ovejas?


Queremos ser libres, sí, queremos ser libres, pero no sabemos de qué (o de quién) específicamente.  La vida que llevamos tiene que estar constantemente estimulada, bajo cualquier factor químico farmacológico, vicio etc.  Porque de lo contrario, sentiríamos el peso que nos explota y nos revienta a diario, poco a poco.  Envejecemos muy rápido y no sabemos por qué, estamos cansados y tampoco sabemos de qué.  Paradójicamente, el mundo lo hacemos cada vez  más cómodo (en lo relativo a tecnología). ¿O será que nos asqueamos de tanta comodidad? Tales son, las dos caras de la tecnología: Una para manipularnos-explotarnos,  y la otra para ayudarnos a sobrellevar dicha explotación (idiotizándonos).  Ahora bien, ¿Cuándo se manifiesta esa oprobiosa necesidad de “librarnos de algo”?...cuando nos quedamos solos y tranquilos, cuando tenemos que, forzosamente, confrontarnos a nosotros mismos (sin la amortización de terceros). 
Pero, ¿Qué hay de malo en no soportarse a sí mismo?, parece una cosa de menos, parece una bobería.  Habría que verlo en proyección.  Ese mundo que nos “amortigua” de nosotros mismos, poco a poco nos va echando a un lado.  Cuando las mujeres se embarazan, cuando nosotros  envejecemos o enfermamos,  nos devaluamos.  De lo contrario, no habría tanta gente dejando a sus ancianos en asilos, a sus enfermos en hospitales y a sus niños en guarderías.  El mundo nos va echando a un lado, cuando bajamos nuestro nivel de producción, por aumentar nuestra calidad de vida. Entendiendo por calidad de vida: Poder pasar más tiempo haciendo mejores personas y mejores familias, no así tener más dinero o comodidades. Es una realidad triste pero inevitable.  En el momento en que la sociedad nos deseche, irremediablemente tendremos que aprender a vivir con nosotros mismos.  Luego, por qué no empezar  a hacerlo desde ya, tomando responsabilidad de nuestras vidas. 
Empezar a separarnos de la sociedad, y sus agrupaciones sectarias.  Empezar a conocernos internamente.  En la vida de todo individuo, siempre llega un momento en el que no podrá seguir achacando su existencia a otros.  Es una pena que dicho momento sea visto como una desgracia postergada, ya en las postrimerías de nuestras vidas, cuando somos viejos y valemos muy poco para el mundo.  El momento de cada individuo, para afrontarse a sí mismo con honestidad y verdad, es TODO MOMENTO en la vida de dicho individuo.   ¿Por qué sentarnos a esperar que la tecnología nos declare obsoletos?, acaso ¿No debiera ser al revés?.
A los niños y adolescentes, los padres tienden a resolverle todo.  Negándoles la oportunidad de resolver por ellos mismos.  La percepción de responsabilidad sobre nuestros actos, nace del intento y la asimilación del retorno de la acción (para bien o mal del ejecutor).  Al no darle cabida al éxito y al fracaso (en igual proporción) dentro de  la vida de nuestros hijos, evitamos hacerlos responsables de sus actos (algo fundamental en la formación del individuo). Ahora bien, en una sociedad de “máxima productividad”, hay poco tiempo para enseñar, y mucho menos para corregir.  En consecuencia, educamos (no formamos) individuos.  De allí que crezcan seres con excelente nivel profesional, que son un desastre como personas.  (Pero eso no le interesa a la sociedad de “máxima productividad”, que sólo ve al individuo como ente productor, jamás como persona). De hecho, la educación y formación de nuestros hijos ya no está en  nuestras manos (con dos horas al día, no se forma a una persona).  Nuestra sociedad de “máxima productividad”, ha hecho que las ocho horas más útiles de nuestro día, y otras cuatro más de preparación y congestionamiento vehicular, las dediquemos a la ganancia de otros (que eventualmente nos subvaloran, en sentido personal y monetario).
  
La educación y formación de nuestros hijos está en manos de las niñeras, los maestros y si es posible una sicóloga (para que el chiquillo se porte bien y “haga caso”).  Dicho sea de paso, en muchos centros educativos la enseñanza se centraliza en “aprender a seguir instrucciones”. Los maestros (sin ánimo de generalizar) no tienen tiempo de variar metodologías (en el material, ni en las pruebas) sólo las copian de algún lado y luego exigen a sus estudiantes “no hacer lo mismo” (copiarse en las pruebas).  Se sataniza a quien fracasa, y se premia al que mejor copie el modelo.  En conclusión: No formamos a nuestros hijos, sólo los entrenamos para que obedezcan y se copien de otros.  
Ahora bien, ¿Qué podemos esperar de adultos generados bajo este esquema?...hogares fuera de balance (que van a requerir más sicólogos, terapeutas etc.)  Esposos sobrecargando todo en sus esposas, o viceversa.  Roles traslapados, usurpados y evadidos.  Traspasándose entre ellos la administración del hogar, toma de decisiones e inclusive la autoridad.  Personas confundiendo el concepto de “autoridad”, con cualquier forma de maltrato (físico, verbal, mental u emocional). Así las cosas, no pocas veces quedará un cónyuge al mando y el otro cómodamente relegado (por no decir, evadido). En el peor de los casos, terminarían exponiendo al hogar a la presencia de un tercero indeseable (algún tipo de relación extramarital).  Luego, mientras  que los padres resuelven sus problemas de de individuo y de pareja, ¿Qué le queda a los hijos? ¿Qué será de estas personas cuando adultos?  ¿Será que podremos esperar mejores cosas de ellos, que de sus padres?  A mi parecer, sólo podríamos esperar de ellos, que sigan el mismo modelo de sus padres, pero aún más degradado.  Un modelo que en lugar de formar personas, las deforma, generando profesionales de altísima calidad y mucha más productividad. 
 
Un modelo de productos, no de personas.  El modelo ideal de toda sociedad que se considere “de máxima productividad”: Humanos deformados.  Una sociedad compuesta de personas que sólo han vivido copiando modelos, que jamás han tomado responsabilidad sobre sus actos,  que siempre han vivido sometidos a una figura de mando en su vida personal o laboral.  Una sociedad así, termina alienándose en un grupo de individuos que surgen para aprovechársele.  En ese momento nacen los gobiernos tiránicos, las dictaduras etc.  . Luego, entre tanta frustración personal y colectiva, el individuo (que no ha hecho más que alienarse en figuras de mando oportunistas) entiende (por fin) que su vida no es lo mejor.  ¿Por qué? Porque no es suya, es ajena, es de otros. Luego (como consecuencia) empezamos a estimularnos con substancias farmacológicas (drogas, bebidas energéticas, sexo, trabajo, compras compulsivas, religión etc.) .  Cualquier cosa que nos permita alienarnos del “vacío interno”, y del mundo sobre el cual “flotamos”. Sin embargo, la presión es demasiado alta y el dinero no nos alcanza (dado que ni siquiera nos facilitan los mecanismos de huída, gratuitamente).  En consecuencia, la sociedad se vuelve mucho más violenta y explotamos.  Explotamos de la forma más dañina e improductiva que existe, sin saber por qué, ni para qué.  Y a veces sólo explotamos como escape, es decir, de pronto aparece un loco y mata a varios, en un arranque de ira muy personal.    O simplemente, algunos avispados organizan la explosión en masa y a escala, con ataques sociales de alta envergadura y daño (protestas, guerras internas o guerras externas).
Estas palabras suenan un poco fuertes, pero han sido dichas de esta forma sólo para sacudir a quien las lea y las escuche.  Desde luego, siempre considerándome parte del rebaño.
 
A la especie humana, habrá que meterle mucha “energía” y luz, para poder sacarnos adelante.  Eso lo digo como individuo.  Sí, queremos ser libres, pero  ¿De qué? ¿De quién?, ¿Estamos conscientes de quién es el que, al final de cuentas, guía a las ovejas?.  Seguiremos en el ciclo, mientras culpemos a Dios, al diablo, a los políticos, al vecino, a nuestros esposos, a nuestros compañeros de trabajo, a los extraterrestres. Hay tanta gente siendo víctima y victimarios de este sistema, que es prácticamente imposible detectar quién está al final de la cadena.  Y bien pudiéramos especular mucho al respecto, de hecho, llevamos milenios haciéndolo. Sin embargo, existe un punto: El humano (por derecho otorgado por El Creador)  jamás podrá será ser sometido, de cualquier forma que no involucre la voluntad propia (de allí la necesidad de mantenernos engañados).  Para poder ser libre, tal vez no precisemos saber quién está detrás de este asunto, porque así nos han traído todo el tiempo, buscando culpables.  En primera instancia, tendríamos que replantearnos completamente como individuos, aparte, y no como parte, de esta sociedad enferma.  Eliminando toda expectativa o proyección de vida, que no aporte positivamente a nuestro ser humano (no así a nuestros bienes materiales).  Después de haber librado esta terrible batalla para con nosotros mismos, repetir la misma fórmula pero a nivel familiar.  Luego, replantear nuestros hogares, eliminando toda expectativa o proyección de vida, que no aporte positivamente a nuestro hogar (pero no así a nuestros bienes materiales).  Finalmente, repetir la misma fórmula a nivel social.  Es decir, replantear nuestra sociedad, eliminando toda expectativa o proyección de vida, que no aporte positiva y colectivamente al mayor bien social.  
 
En papel esto se lee muy bonito, otra cosa sería en la acción.  Suena absolutamente imposible de realizar.  Sin embargo, yo prefiero creer en eso, que aceptar irremediablemente la extinción de nuestra especie.  Y es precisamente ese sentido derrotista, obscuro y negativo del hombre, lo que nos ha llevado donde estamos.  Tanta incapacidad a la hora de creer, de confiar, de soñar o querer, evita que podamos volver a creer los unos en los otros.  Tal vez nos haga falta un poco de amor propio, y de amor a nuestra especie.  Porque finalmente, la última palabra la tendremos nosotros mismos.

lunes, 15 de agosto de 2011

Conspiración contra la especie humana


La especie humana, a lo largo de su historia ha sido víctima de grandes y terribles conspiradores, a nivel violento, a nivel religioso y a nivel comercial. En este artículo, nos damos a la labor de explicar cómo el hombre actual es presa de los conspiradores económicos, en dónde se origina la fuerza de esta conspiración, y cómo podemos (debemos) curarnos de ella.
A continuación: “Conspiración contra la especie humana”.

La deuda moral

Muchos seres humanos viven inmersos en una fantasía tragicómica, inventando mecanismos de compensación sicológica que le ayudan a sobrevivir el día a día.  En fundamento, la vida no tendría que ser tan difícil, sin embargo, no la hacemos así.  Vivimos llenos de máscaras, simulaciones y falsedad, eventualmente dañinas para con nosotros mismos, o para con el resto (aunque ello comprometa nuestro entorno y nos afecte indirectamente, a mediano o largo plazo, como ocurre actualmente con la contaminación).  Las personas se han acostumbrado a demostrar lo que no son, soportando el calvario interno que ello conlleva.  Primero lo hicimos para congeniar socialmente, luego nos volvimos esclavos de esta rutina.  Para mantener este espectáculo de dolor, es imprescindible “tener cosas”.  Cosas que le digan a todos (a la mayor cantidad de personas posible) nuestro nivel de vida, poder adquisitivo, y lo que más importa actualmente: Nuestro grado de endeudamiento (es decir, el calibre de deudas que arreamos sobre nuestra espalda).  Y así lo hacemos, a veces sólo buscando comodidad, placer y autosatisfacción (completamente hedonistas).  Otras veces lo hacemos  “para que el mundo nos quiera más”, o acepte, no por lo que somos, sino por lo que demostramos ser.  Al final de cuentas, todo pareciera basarse mayormente en una simple búsqueda de afecto, no pocas veces contraproducente.
            Es tanto y tal el calvario que vive el humano para dentro de sí mismo, y tanta la falsedad que proyecta hacia los demás, que inconscientemente (quizás a modo de compensación) vive buscando la honestidad, la verdad, y a un nivel muy íntimo se harta de sí mismo.  De una u otra forma las personas buscan integridad, honestidad, verdad, pero la buscan utilizando ficción, apariencia, falsedad.  Como los novios, durante el cortejo proyectan todo lo que no son, y en el matrimonio surge la desilusión (por eso hay tanto matrimonio destruido actualmente).
En consecuencia, esto de buscar y exigir la verdad en otros, a través de ilusión, mentira, falsedad o fantasía, sólo atrae más ilusión, mentira, falsedad o fantasía hacia nosotros.   En pocas palabras, si tú engañas a alguien para que esté al lado tuyo (volviendo al caso de los novios), lo más seguro es que él ya te haya engañado para que estés al lado suyo.  Sustentamos nuestras relaciones de pareja en falsedad, ocultando lo que realmente somos (y después no entendemos, no sólo el hecho de que la persona con la que nos casamos es totalmente diferente a lo que pensamos que era, sino también los engaños, la infidelidad etc.). 
            En resumidas cuentas, el hombre vive buscando la verdad, cabalgando sobre el lomo de la mentira, y de hecho sólo obtiene más mentiras.  Es un sistema que a distancia podrá lucir bonito, etiquetado, decente, modelo, pero que de cerca es falso y terriblemente decepcionante.  De hecho, ya las cosas no importan por qué tan reales son, sino por qué tan bien hemos elaborado la mentira. A este punto hago un aparte, mencionando que la mentira tiene otro uso muy común, distinto al de la aceptación, y quizás es el uso más natural que se le ha dado.  Me refiero al asunto de defensa-ofensa, es decir, mentimos para no mostrar lo que en realidad somos y poder sorprender a nuestro adversario.  El engaño utilizado de esta forma, es mucho más ofensivo que defensivo, y se recurre a él con tremenda facilidad, para garantizar el triunfo en determinado aspecto de la vida.  El hombre lo ha utilizado históricamente, igual, con funestos resultados porque genera algún tipo de "victoria" utilizando alguna especie de competencia desleal o no certificada, aprovechando la ley de la ventaja.  La ventaja que le da, ocultar la verdad, por omisión, falacia o mentira.

La deuda material
Para mantener toda esta farsa, de aparentar más de lo que somos o tener más de lo que tenemos, existe en primera instancia la deuda moral (el espíritu de la deuda, ya explicado en los párrafos anteriores, que compromete la integridad y destruye al humano). En segunda instancia existe, la deuda material (el cuerpo de la deuda, que paso a explicar).  La deuda material, es lo que nos permite tener más de lo que realmente podemos adquirir, para aparentar  lo que en realidad no somos.  Aquí entran los grandes empresarios, tremendos conspiradores en contra de  la especie humana.  Manipulando a las masas (quizás de igual forma a como antes lo hicieron las religiones) a través de los medios de comunicación, la Internet y las redes sociales (nuevas formas de culto humano).  La tecnología ayuda a elaborar las cadenas que nos atan a este nuevo esquema de explotación.  La deuda material nos permite aparentar todo lo que queramos, pero a mediano plazo aumenta nuestra miseria interior (la deuda moral).  La deuda constituye lo que nos somete a un tercero, al cual sólo conocemos a través de una marca comercial (ni siquiera le vemos la cara a quien estamos enriqueciendo).  Cuando este sistema comenzó, antes de que una persona pudiera endeudarse, las autoridades financieras y crediticias velaban porque esa persona efectivamente pudiera endeudarse (así garantizaban la devolución del préstamo y la ganancia).  Si la persona no tenía nivel de endeudamiento,  no calificaba para uno u otro préstamo.  E inclusive, los préstamos eran adquiridos a un retorno “justo”, que dicho sea de paso, jamás fue justo (aunque no tan desproporcionado, a como es ahora).  Uno se endeudaba por bienes  o servicios mayores, es decir: Casa, terreno, educación, salud.    Ahora uno se endeuda por artefactos innecesarios, pagando prolongados contratos onerosos, que apenas cubren la vida de obsolescencia del aparato.  Es decir, cuando terminas de pagarlo, ya está obsoleto y tienes que volverte a endeudar para adquirir otro (si es que no se daña antes, recién vencida la garantía, si es que tiene garantía).  Nos endeudamos por un teléfono inteligente, un televisor, un equipo de sonido, televisión por cable, Internet, aire acondicionado etc.  Y ojalá fuera por un televisor, pero a veces nos endeudamos por un televisor en cada cuarto (de último modelo, porque al resto los descontinúan), un aire acondicionado por cada cuarto, un teléfono inteligente para cada hijo, televisión por cable en cada cuarto, una computadora portátil (ni siquiera ya de escritorio) con Internet para cada hijo, y así seguimos. 

Deudas que a simple vista podrán parecer “pequeñas” (porque de hecho nos las venden bajo esa mentira) pero que en masa, constituyen en un terrible motivo de ansiedad, depresión y frustración.  Estos grandes conspiradores contra la vida humana, nos han ido metiendo en la cabeza un nivel de vida, un estatus social al cual no correspondemos, ni tenemos necesidad de corresponder.  Nos han metido en la mente, que vivamos la vida de otro, o mejor dicho, la vida que sale en televisión, en Internet o por las redes sociales.  Con frases o eslogan publicitarios cómo: “¡Tú tienes que tenerlo!”, “¡No te lo puedes perder!”, “¡Tiene que ser tuyo!”, “¡Tú te lo mereces!”, “¡Llame ya!”, “¡Compre uno y lleve dos!”, “¡Tú también tienes derecho!”, “¡Ahora te toca a ti!”.  De lo contrario no calificamos para vivir dentro de esta sociedad de mentiras, apariencia y sufrimiento.  Es decir, somos obsoletos, entramos en desuso, no valemos (como quien descarta un aparato), porque no le servimos a estos grandes negociantes, a estos conspiradores, porque caemos fuera de su juego, aceptando vivir nuestra vida y no la que ellos quieren que vivamos.  Y lo peor de este modelo es que, mientras uno le corre el gusto a gastos superfluos e innecesarios, los verdaderamente necesarios, son postergados o pasan peligrosamente desapercibidos.
Hoy en día, las empresas  casi no verifican la capacidad de endeudamiento de las personas, porque en realidad, ya no les interesa el pago, sino la deuda en sí.  Hemos llegado a un punto tal, que la verdad de este sistema macabro está aflorando.  La verdad es: Destruir a la persona, al humano.  Es decir, a estos grandes conspiradores ya no les interesa ganar más (son multibillonarios) sino que tú tengas menos. Y lo digo por experiencia propia, yo llevo siete años con una tarjeta de crédito casi al tope, que ha pasado por cuatro bancos diferentes, siempre aumentando de saldo, con la promoción de “cero intereses”.  Pero he sabido de personas que sólo pagan intereses, y que ni siquiera recuerdan cuándo o por qué toparon las tarjetas, pero siguen pagando los intereses y mantienen la deuda viva.  Cuando apenas logran bajarla,  vuelven a utilizar la tarjeta y entran en sobregiro nuevamente.  Como si fuera una especie de cáncer, un pacto con el demonio o algo por el estilo.  Un pedazo de deuda que llevamos en la billetera, o en la cartera, como un peso que nos recuerda que, no importa que tanto corramos, la cadena de la esclavitud la llevamos con nosotros mismos a donde viajemos.  Es nuestro bozal, porque a veces ni siquiera nos permite hablar. 

Considerando que todo esto lo hace el humano, en una búsqueda desesperada por ser aceptado, léase, una simple búsqueda de cariño, es demasiado maligno.  Buscar amor o aceptación social (dentro de una sociedad falsa e injusta) empeñando nuestra tranquilidad mental, nuestra tranquilidad emocional, nuestra libertad (en los lugares donde hay cárcel por deuda) es algo que no solamente es estúpido, sino demasiado cruel.  Pero de dónde viene este asunto de “ser aceptado”.  Toda esta ficción que nos crean para realmente asfixiarnos, viene de la infancia.  Del cariño y el amor que nos negaron en casa, cuando chicos.  La casa es el lugar donde deben darnos amor, disciplina, seguridad y confianza en nosotros mismos, durante la formación.  Seres incompletos, inseguros, de baja autoestima e indisciplinados, provienen de hogares sin amor.  Pero cómo va a haber amor en un hogar en el que los niños han sido criados como parte de “la mentira social que nos ha tocado vivir”, como un rol, como algo que tiene que ser.  Y ni siquiera le tenemos paciencia, ni los atendemos, o ni siquiera llegamos a casa para no tener que encargarnos de ellos (con la excusa del bendito trabajo, otro rol de la falsa vida moderna, los padres sacrificados, proveedores, que en el fondo se sacrifican por la empresa para la que trabajan, utilizando a los hijos de excusa o pantalla).  Llegamos cansados del trabajo (de producirles a otros) y nuestros niños se convierten en un factor irritante (si es que alcanzamos a verlos, o a estar con ellos).  Pregunto, ¿Podrá darse amor, bajo este concepto?.  Por otro lado, la vida se ha vuelto tan difícil en estos esquemas, que, sumada a la base de “honestidad” que genera el noviazgo (explicado en la primera parte de este artículo), pues, los matrimonios se quiebran (ya fuera por los problemas económicos, como por la deshonestidad en los mismos) aumentando así la enorme cantidad de divorcios, y humanos de crecimiento interrumpido (porque el divorcio interrumpe el crecimiento emocional del niño). 
¿Acaso podrá darse amor en un hogar fraccionado, o roto?.  Luego del divorcio surgen los famosos hogares reconstruidos, que, pese a sufrir de todos los males que rompieron sus matrimonios originales, van cargando el reducto de los mismos (los niños incompletos, sufridos y golpeados por el desamor que partió sus hogares originales).  También está la crianza condicionada a un tercero.  Es decir, nosotros como padres, hacemos que nuestros hijos obedezcan en función a otros, no en función a lo que nosotros les decimos, o en función a lo que debe ser.  Por ejemplo, si un niño grita en un lugar público, le decimos: “¿Acaso alguien más está gritando aquí?”.  Al hacer esto, no le estamos explicando al chiquillo por qué no debe gritar, ni por qué no debe gritar en lugares públicos.  Sino que le estamos diciendo, que no lo haga porque los demás no lo están haciendo.  Cuando le decimos a nuestros hijos: “Te portas bien, o te llamo al policía”, estamos condicionando la disciplina y la autoridad que debemos ejercer nosotros como padres, a un tercero ajeno al hogar.  Lo hacemos con las notas del colegio, al compararlo con los demás constantemente, o peor aún cuando fracasa.  Y así formamos a nuestros hijos, condicionándolos a obedecer la actitud de personas ajenas al entorno.  Con esto no digo que el chiquillo crezca desconsiderado, y sólo haciéndole caso a papá o mamá.  Con esto sólo expongo cómo, desde chicos, condicionamos a la criatura a “seguir a un extraño”.  Bajo estas condiciones, que no nos extrañe que en la adolescencia el chiquillo obedezca a sus amigos, al modelo que ve en la televisión, o a cualquier otro, menos a sí mismo o a sus padres.  Así las cosas, con chiquillos maltratados emocionalmente, faltos de amor y condicionados a lo que haga el resto, cómo podremos esperar adultos independientes, con buena estima, seguridad y personalidad.  Por eso, para los conspiradores de masa, los grandes empresarios y magnates del mundo, les conviene destruir, corromper y mermar a las familias.  Destruyendo el núcleo familiar, creamos humanos en masa mucho más manipulables, y más fáciles de someter, o esclavizar.

Para evitar ser víctimas de este macabro sistema, tendremos que hacernos una simple pregunta, cada vez que estemos por adquirir un bien o servicio.  La sencilla pregunta es: "¿Realmente necesito esto?".  Teniendo claro que “realmente” es “realmente”, es decir, una necesidad franca, una necesidad real.  No estar a la moda, no hacerlo porque los demás lo hacen, no hacerlo porque sí.  Una necesidad constituye determinada acción, cuya omisión nos impacta adversamente a nivel físico, mental, emocional o espiritual.  El gran problema es que estos conspiradores, hacen ver los “lujos” como si fueran auténticas necesidades.  Para lo cual, es necesario conocer la vida nuestra y la de nuestra familia en su naturaleza total.  Es decir, ¿Cuántos televisores necesito en cada cuarto, cuántos celulares, cuántos aires acondicionados, cuánta ropa, qué tipo de ropa, cuántos carros?.  O bien, ¿Cuál es el costo beneficio de tener un solo auto en la casa, un televisor, un aire acondicionado, un teléfono celular?.  Puedo tener dos autos sencillos, o uno sólo lujoso, pero ¿Podré tener dos lujosos?.  El asunto aquí es entrar en conciencia de uno mismo y de su hogar, luego ejercer el libre albedrío.  Yo no puedo establecer, como autor de este artículo, una fórmula estándar para cada familia o para cada hombre, porque de hacerlo estaría haciendo lo mismo que el resto de los grandes conspiradores hacen: “Meter a toda la humanidad en una sola receta, y si es para mi beneficio económico, o para su deterioro emocional o existencial, pues, mucho mejor”.  Conviene mucho, a la hora de comprar algo centrarnos en nosotros mismos y nuestra economía, apartándonos un poco del televisor, la Internet, las redes sociales, la publicidad etc.  Primero enfocar nuestra realidad, luego contemplar las ofertas del mercado en función de nuestra realidad.  No al revés, es decir, jamás amoldar nuestra realidad en función de las ofertas de mercado.  Esto evita la deuda material.
También es altamente recomendable que aprendamos a aceptarnos y a querernos a nosotros mismos, tal y como somos (sin caer en libertinajes).  Esto va a requerir un poco de valor, para alejar a todas aquellas personas que “so pretexto de poder querernos, o poder querernos más” intentan cambiar nuestra naturaleza.  Lo cual implica, aceptarnos y querernos a nosotros mismos sin necesidad de encajar en ningún modelo o patrón social, que atente contra nuestra integridad personal (no así contra nuestra comodidad).  Es preciso diferenciar entre nuestra comodidad, y nuestra integridad. Estar cómodo, o vivir cómodo, ha hecho que unos pocos tomen el control de tantos muchos, y el manejo de masas sea más óptimo. 

La cultura hedonista en que vivimos sumidos, cede el control de nuestras vidas, la toma de decisiones personales y el libre albedrío a algunos cuantos (los grandes comerciantes, y demás conspiradores).  Eso es una actitud demasiado cómoda, de la que algunos sacan provecho para enriquecerse.  Sin embargo, cuando hablo de integridad, me refiero a nuestro valor como personas, como profesionales, vecinos, como padres, hermanos,  en fin: Como humanos.  Esto va a requerir una dosis mayor de madurez de nuestra parte, para aceptar el derecho que tienen los demás de llamarnos o creernos: “Obsoletos”, “Anticuados”, “Mediocres”, “Fuera de moda”, "Aburridos" o “Perdedores”.  Es decir, aprender a escuchar lo malo que los demás podrán decir con relación a nosotros, desde un juicio más crítico y menos emotivo.  Es decir, aceptar las cosas que consideremos reales, y desechar el resto que consideremos infundadas.  Aprender a escuchar a los demás, sin rechazar de plano lo que dicen, evaluando lo que dicen, sin interiorizarlo, absorberlo, o asimilarlo como parte de nuestra esencia, generándoles odio, o resentimiento a muerte. En pocas palabras, aceptar que otro pueda considerarnos “mediocres” o “perdedores” sin que por eso vayamos a creerle, o, sin que por eso vayamos a desarrollarle un odio a muerte.  También ayuda muchísimo, fijarnos metas más reales y menos publicitadas (más personales, menos ajenas, menos comerciales cómo el auto ideal, la casa ideal y la mujer ideal).

Finalmente, hemos de aprender a aceptar a los demás tal y como son, siempre que no afecten el verdadero bien común (me refiero al verdadero bien común, aquel que promueve al humano sin esclavizarlo o explotarlo).  Esto es, sin tener que moldearlos a nuestros propios estándares de vida, o los estándares de vida que imponga en determinado momento la moda.  Aceptar que las personas no tienen que hacer lo que nosotros queremos que hagan  (siempre y cuando no haya un peligro vital manifiesto, a nivel individual o social).  Y que las personas no precisan estar dentro de la moda, o corriendo con los estándares publicitarios, para poder ser aceptados, o queridos o reconocidos como seres humanos, con igual derecho al nuestro.  Tratar de vivir junto a los demás, en sociedad, para beneficio común, y no propio.  Eliminar los intereses creados, y empezar a aceptarnos, aceptar y a vivir en función de los intereses humanos (los que van a favor del hombre y de su especie).

Con estos dos últimos señalamientos, eliminamos la deuda moral y la deuda material.  Finalmente podremos vivir en libertad, fuera del régimen de manipulación masiva, el reinado de dolor que nos han impuesto, aceptando que la verdad a veces no es bonita pero que no por ello deja de ser verdad.  Aceptando nuestra verdad como personas y como sociedad, ejerciendo y siendo responsable de nuestro libre albedrío, quedaríamos libre de la acción de los grandes conspiradores que han atentado contra la especie humana desde que el hombre decidió hacerse esclavo de sí mismo.




miércoles, 10 de agosto de 2011

El próximo colapso de la humanidad

Inicio este blog de “conspiraciones” muy a gusto con este artículo, que ha venido dándome vueltas a la cabeza desde hace mucho.  Viendo como la economía de Estados Unidos, la otrora potencia más grande del mundo (ahora es China), se tambalea de modo peligroso, no sé por qué no puedo dejar de pensar en la tragedia de las torres gemelas (cuando, amenazaban por desplomarse tras cada impacto).  Es curioso, yo tengo recuerdo de esas torres pero jamás las visité, sin embargo, hubo personas que me dijeron que eran indestructibles y casi eternas, como supuestamente los monumentos romanos.  Algunos dicen que se trató de un auto atentado; considerando la cantidad de muertos, yo en lo personal prefiero no secundarlos (por razones humanas, propiamente hablando).  Total, quien haya sido, local o foráneo, acertó al corazón económico de Nueva York, y del país en gran parte.  Desde entonces, la caída del imperio ha sido vertiginosa.  El problema es que, tal y como ocurrió con las torres, cuando caiga “la potencia” los países más pegados a ella (los pequeños edificios próximos a las torres) sufrirán el evento de igual o peor forma.   Más específicamente, estoy refiriéndome a las economías latinoamericanas, de una u otra forma, siempre a la sombra del gran gigante.   Pero bueno, no es tema de este escrito elucubrar sobre dichas lides.  Nadie está en capacidad de ver el futuro, y, cualquier cosa en cualquier momento pudiera ocurrir a favor del norte o del resto de nuestra querida América.  

El asunto de las torres, cómo fueron impactadas y desplomadas delante de la cara pública mundial, comprometiendo la capacidad de reacción de los poderosos organismos de seguridad e inteligencia norteamericanos en su propia casa, exhibiendo al resto del mundo una enorme vulnerabilidad para con  quienes antes fueran reconocidos “todopoderosos”, fue algo doloroso, macabramente magistral y denigrante. ¿Qué lo hicieron los árabes, o no? es lo de menos.  El asunto es que, ver desplomarse esas torres de semejante forma, filmando la tragedia, como otro reality show, esta vez no tan show como antes, y mucho más reality… fue terrible.  Pero la persona (o agrupación) que estuvo detrás de eso, dio algo de la medicina “mediática” y el tremendo terror que ha esgrimido Estados Unidos durante toda su historia para con el resto de los países del mundo.  Pero lo peor ha llegado (y seguirá llegando) después.  Es increíble cómo se ha ido degradando la economía de la nación, la calidad de vida de sus habitantes, en proporción inversa al crecimiento del temor en que los sumió el evento.  Sin embargo, no sería justo acreditarle todo el triunfo a supuestos terroristas del extremo islam, esto viene de atrás, mucho atrás, y su origen tal vez se desprende del mismo capitalismo.  Definitivamente, la caída de la economía estadounidense, y con ello el poder que antes exhibieron como primera potencia del mundo, es algo que jamás imaginé ver.  Lo mismo me ocurrió (aunque no tan de cerca) en la época de los rusos y la guerra fría.  Dicho sea de paso, como hoy con la globalización, siempre vi a la perestroika como algo positivo. 
Cuando vinieron con el concepto de la globalización, pese a que no manejo temas económicos, pensé: “Esto es un invento de los grandes, para desaparecer a los chicos”.  Jamás se me ocurrió que, dañando a los chicos, se impactaba de igual forma a los grandes (lo más seguro es que no analicé el ciclo completo, por falta de interés en el tema económico).  Siempre consideré que el asunto de la globalización, era algo únicamente “favorable” a las grandes economías.  Ahora, para mi sorpresa, dada la forma como se han venido suscitando los acontecimientos mundiales, entiendo que la globalización no fue algo positivo para Estados Unidos.  Aunque, viéndolo de cierta forma… todos no podemos ser “uno” (lo que indirectamente plantea la globalización) si existen unos más “grandes” que otros.  En consecuencia, para que la globalización funcione habría que subir a las economías bajas (que son las más),  o  bajar a las economías altas (que son las menos).  Luego habría que eliminar a la masa de “no rescatables” mediante guerras, enfermedades y hambrunas.  Por cuestión de factibilidad, pues, resulta mucho más fácil bajar a los menos (los altos), que subir a los más (los pobres). Hace ya un tiempo bajó la Unión Soviética, ahora está bajando Estados Unidos; faltaría China y el bloque Europeo.  El bloque europeo tiene una grieta por el lado de Grecia y España, los disturbios en Londres y la matanza en Noruega (generada por el maestro Masón de tercer nivel), pues no favorecen al orden y al clima de inversión del bloque europeo.  Pero no termino de entender cómo estos conspiradores bajarían a China (dado caso), a no ser que utilicen catástrofes geográficas, climáticas (proyecto HAARP) o estrellándole un meteorito encima.  No sé, no soy profeta, ni conspirador.  De cualquier forma, todo esto me suena, me huele, me recuerda al dichoso NUEVO ORDEN MUNDIAL.
Esta conspiración, de rehacer al mundo destruyendo las grandes potencias y “eliminando” a los países más pobres (de hambre, enfermedades o guerras) , es algo que parece terrible, y es tan GRANDE que, al recién percibirlo (con la caída económica estadounidense) pues, se percibe apenas la punta del iceberg.  Tengo la impresión de que estamos viendo un poco, de lo tanto que fue (desde antes de la caída de la Unión Soviética) y peor aún, considero que hemos visto muy poco en comparación a lo que está por venir.  Definitivamente, hay algo o alguien demasiado insano detrás de este asunto.  Y tengo la impresión de que hemos de esperar más, y peores guerras, pestes, o tragedias de toda índole.  Total, para reconfigurar al mundo es preciso volverlo nada primero.  También, existe una “situación geográfica” por definir.  Me refiero específicamente a lo que ocurrió en Japón, los volcanes activándose en varias partes del planeta, temblores constantes, y catástrofes climáticas mundiales, que aparecen como un leve ruido sordo, recordándonos tal vez que, el hombre no está sobre el planeta, aunque todos los días camine sobre él.  ¿Acaso no sería mejor ir cultivando cualquier pedazo de tierra que tengamos a disposición, almacenar comida, agua y aprender a vivir tranquilos los unos con los otros?.  Pero sobre todo, estar atentos al próximo colapso de la humanidad.